Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

domingo, 22 de enero de 2012

Solíamos nevar en los lavabos.

Y explotan las burbujas de coca-cola en las encías. Este maldito domingo nos fusila contra la pared, y las campanas de funeral de estado retumban en los tímpanos de los humanos, y en las alas de los pájaros enjaulados. El ritmo nos saca de quicio, y de repente todo se vuelve opaco en el centro de la ciudad. Nos asomamos al balcón, y todo el mundo sufre amnesia. Lejanas batallas, guerras incendiadas. Los niños preguntan por ti a los viejos del lugar, y nadie sabe hacia dónde ondear. Y las banderas permanecen a media asta, mientras los exilios se hacen menos llevaderos aquí,a la izquierda. El agua escuece, mientras la gente firma pactos de silencio en las calles. Ojalá recogiéramos firmas para retornar a esa hora maldita. Maldita sea, levantad las manos, hijos de satanás, volved a tocad los tambores de la desgracia sin sentido. La pena es tan honda, que nadie duerme en casa, y todos nos miramos con cara de satisfacción, pretendiendo que el dolor del otro sea más grande que el nuestro. Malditos bastardos, corazones. Siempre preparados para sufrir. Y la ciudad se detiene, y no se oye nada más que las sístoles y las diástoles de cada madrugada. Pero las madrugadas también se esfuman, nada queda aquí que estuviera también antes.
Y solo hay manchas en la tierra, donde deberían haber estado miles de corazones, sepultados por el pacto de silencio de este absurdo, de este constante olvido.
[Eisenheim.]

1 comentario:

  1. Es un relato que sabe a domingo por todos lados, a domingo y a derrota, que a veces es casi lo mismo.
    Me gusta mucho, pero espero que no sea del todo personal.
    Un beso!

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