Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

miércoles, 11 de abril de 2012

Qué bonita se ve la primavera desde esta parte del mundo.

La primavera anticipada arrastra nuestras retinas a las calles, y nosotros, ciegos de pupilas dilatadas, observamos, precarios, el antecedente al clímax de este estrépito de escaleras en este edificio de tantas plantas como centímetros cuadrados. Y la primavera no es más que una razón más para seguir huyendo, un renacer viejo, marchito, que espera, pacientemente, la llegada del devastador verano, con su recogida de trigo, y sus rayos perpendiculares sin sentido. Y es que el cloro, por estas fechas, triplica sus ventas, mientras los niños en Somalia sufren los efectos rasgándose los ojos con sus manos afiladas como cuchillos. Y es que los socorristas se contratan con mayor facilidad, mientras los gritos de "help, please, clean water", procedentes de las gargantas de las madres haitianas se esfuman entre la multitud que viene y va, que anda pero no camina, que mira pero que no ve. Y es que la constante inanición a la que nos sometemos con precariedad a base de dietas materiales y abstinencias morales manchadas de patetismo, provoca estrías en nuestros corazones. Aquí, a veces llueve. A veces nieva. A veces se escucha, lejano, el suave rumor de las olas. Depende de la estación, depende de las ganas que tengamos de cambiar el destino con un leve intercambio de dinero, de un bolsillo a otro, de una garra a otra.
Pero qué hacer en su lugar, cuando lo único que se puede escuchar es el constante, permanente y ensordecedor sonido de un desértico mar, que lo inunda todo, que no deja escuchar a nada ni a nadie más.
[Eisenheim.]

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