Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

viernes, 6 de julio de 2012

Fue terrible aquel año.

Enero, la cuenta empieza en el minuto cero,
 miro los horóscopos de las revistas, y me río.
Me dejaría matar por una galopada.
[Tardes,Amaral]

Qué sabíamos nosotros cuando tocaban las doce en aquel reloj. Qué sabíamos nosotros de sustos y de sangre, si es que cada vez que nos giramos, nos devuelven una hostia redonda que precede a una ola sin dimensiones, sin fin, una ola que consigue arrancarnos los órganos a tiras. Qué sabíamos nosotros del desastre de nuestras vidas. Paradójicamente, siempre nos gustaron los números pares, aunque quizás el problema resida en que nos habíamos reído tanto del fin del mundo que no entendimos, por encima del estruendo de las risas, que el fin del mundo era algo mucho más metafísico, y menos terrenal. Que podía ser el final de nuestro mundo, tal y como lo conocíamos hasta entonces. Porque ya no somos los mismos que escuchaban las doce campanadas y se atragantaban con el champán. Ya no somos los mismos que tiraban petardos en la calle. Nunca seremos los mismos. Y volvemos a sentarnos en las mismas sillas, volvemos a dormir en las mismas camas, pero siempre seremos distintos, siempre diferentes. Porque una parte de nosotros ha muerto, pero otra parte intenta resurgir de las malditas cenizas que nos asfixian y taponan los ventrículos de nuestros corazones (a propósito de corazones). Y vemos cómo pasa este año con principio y final establecido, mientras rogamos estar todos escuchando-sí, "escuchando", nunca "oyendo"-las doce campanadas, mientras miramos correr el champán de nuevo, a cámara lenta, descorchando la delicia de las desdichas pasadas. Y volver a mirarnos una vez más, y sonreír. Porque el fin del mundo por fin habrá pasado. Y nosotros habremos sobrevivido,quizás cicatrizando.Quizás a golpe de ola.
[Eisenheim.]

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