Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

viernes, 4 de enero de 2013

Me desata las entrañas este bendito viento.

Siempre me azota el viento del norte, y suenan los acordes del cambio de tiempo. Pero nunca de estación. Y siempre estoy en este andén camino a la melancolía permanente, atestado de recuerdos que nunca se marchitan. O que comienzan a difuminarse. El vagón corre veloz por entre los raíles-mis venas-. Cambia de sentido, y siempre llega a humedecer el corazón. Tenía muchas cosas que contarte, desde que no pude articular palabra. Desde que te fuiste sin más, dejando el baño manchado de dudas, y de algo más que tristeza. Tendría millones de anécdotas que contarte, que ahora se me acumulan en la lavadora, entre la ropa sucia. Siempre en modo centrifugado. Y se me olvida cómo hilar los pensamientos para llegar a ti,si solo conservo una cartera vieja con tu nombre y tus apellidos. Como un extraño. Como si nunca te hubiera conocido. Pero como si te hubieras muerto en mis brazos. Maldita elocuencia, y maldita la necesidad que todavía tengo de volverte a ver. Así, como siempre. O como nunca lo hice. Como aquel beso que me robaste en la cocina. O como aquellos besos que nunca te di, porque nunca pensé que hicieran falta. Y ahora, mi condena es pintarte con palabras en este puto vagón sin paradas establecidas. A veces consecutivas. Y otras veces demasiado alejadas entre sí. Mi condena no se conmuta con horas de servicios sociales, ni siquiera con un número de párrafos establecidos. Quizás mi pena capital sea ésta, precisamente. Sangrar todos los días del año, para desangrarme definitivamente en enero. Y caminar por las calles, y sonreír al respirar el viento del norte. El viento que formó este bendito linaje que continúo yo, y que alguna vez echa la vista atrás, y se pone a llorar como un niño en una estación. Sin saber cómo enmendar algo de lo que él nunca tuvo la culpa, mientras dios sigue sin escuchar sus plegarias. Y sin resucitar a los muertos. Y quién quiere resucitarlos, si para mí sigues aquí. De alguna manera u otra. Qué más da. Bien vivo. Aunque no sabes lo que daría por preguntarte quién eras realmente. Y qué opinión me tenías reservada en  las columnas de los periódicos-siempre de derechas, qué le vamos a hacer-. Sonrisa pálida, mientras abro la ventana. Viento del norte. Y cierro los ojos, y estás aquí. Siempre sentado a mi lado en el vagón. Perdóname. Porque a veces miro a la derecha. No te veo. Y nunca me da por mirar a la izquierda, maldita ceguera momentánea. Y sigues aquí, izquierda-corazón. Pero nunca tienes billete. Billete de (v)ida y vuelta. Pero una vez, me dijeron que el viento no cobraba billete. ¿Cómo puedes aferrar algo tan lejano y tan salvaje como el viento del norte?
A golpe de respiración. A golpe de recuerdo.
[Eisenheim.]
Enero. Una vez más, sigues aquí. En el vagón.

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