Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

jueves, 27 de diciembre de 2012

La inteligencia sentimental.

Como un baño de agua caliente sobre la espalda que derrite las heridas. La inconformidad del ser. La incapacidad de vivir tal y como planeamos, sin pensar que lo único que nos hace falta son unos ojos. O una sonrisa. Y escondemos los rostros llenos de maquillaje dentro de nuestras alas, incapaces de vernos entre el público. Si lloramos, nunca nos miramos al espejo. Si reímos, no se oyen nunca las carcajadas. Las sonrisas ahora se venden al por mayor, pero no sabes a qué maldito precio. Ni a qué baja calidad. No podemos llorar en una sala atestada de gente, porque nunca nadie ve llorar a los hombres. Y ahora comienza a extenderse el sufragio universal a mujeres, y a niños. "No llores", le dice esa mujer a su hijo. Y lo está condenando. Lo está condenando a establecerse bajo unos parámetros que consideramos "estándares del decoro y de la pulcritud". Al carajo la limpieza de los ojos. Sean más cuidadosos con la del alma. Y enseñamos a ocultar, tratanto de buscar explicaciones donde nunca las hubo. Porque eso sí, todo nunca tuvo una explicación. Para lo que no encontramos explicación, Dios. O el retraso de la ciencia. Y llueven conceptos abstractos, mientras la sociedad no deja de escarbar entre los restos de nuestra inocencia. No todo tiene que ser explicado. Y hablando de sentimientos, no todo debe ser pronosticado. Lloraríamos frente a las lápidas sin nombre, y sonreiríamos a aquel anciano que sigue creyendo en la navidad. O en el amor, quién sabe. Quizás exista alguien parecido a Chaplin-lo dudamos-, que sea capaz de reír y llorar al mismo tiempo. Que sea capaz de inundarnos el alma a partes iguales con ternura y tristeza. Sin habitáculos separados. Sin contenedores que los reciclen por separado. Sin fronteras ni puertas automáticas que puedan provocar que estos dos compuestos se mezclen, por siempre antagónicos, por siempre condenados a no tocarse. A no mirarse y a no amarse, como dos enamorados al alba. Si es que todavía existe el alba.
Y cada vez estamos más lejos. Más lejos de entender a un Chaplin que se quedó sin voz en todas sus películas, desgañitándose por dentro. Porque no quería más palabras vacías. Quería que solamente fijásemos la vista en su cara, en la dicotomía ojos y sonrisa.  Los ojos, inundados de tristeza. Su sonrisa, florida de ternura. "Y esto,-quería decirnos-es lo que yo denomino vida".
[Eisenheim.]
A ti, maestro.

1 comentario:

  1. 1 ilusión se suma a este blog. Porque sabes poner sentimiento a todas tus historias y porque sabes que siempre vas a tener a tu lado quien te gane con miradas y, cómo no, con sonrisas. Espero compartir muchas contigo. Feliz año Penélope ;)

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