Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

martes, 26 de febrero de 2013

Situando Buenos Aires en el mapa.

Y quería hacer algo tremendista, pero tengo una incapacidad permanente. Como si no pudiera sentir otra cosa que no fuera tranquilidad, mientras se mueren no muy lejos de aquí. Incapacidad permanente para no poder negociar con esto de los sentimientos, y no poder ocultar lágrimas de tristeza contemporánea alrededor de mis cuerdas vocales. Que quizás este marzo incipiente me adelante la primavera, y con ella el sol de verano, que pica, pero que produce melanomas. Y no sabes la tranquilidad que siento cuando te miro a los ojos y me veo reflejados en ellos, y me río, porque me estoy viendo tan real, y no sabes lo que siempre me jodió eso. Siempre quise ser yo misma, independiente y capaz de lamerme las heridas con mi propia lengua, pero quién lo iba a decir, los gatos siempre necesitan una vida más para darse cuenta de que no siempre las patas les sostienen cuando caen de pie. Y yo necesité un noviembre más para darme cuenta de que tenía poco que dar, pero que ese poco podía dártelo a ti en toda su extensión. Y cómo no, opté siempre por saltar al ruedo, siempre lo hago, aunque no me guste la manera de hacerlo. Y te conté cómo había llegado hasta ti, quizás con unos pelos y señales-más señales y heridas que otra cosa-que no te gustaron del todo, aunque el resultado haya sido yo misma.
Tuve la necesidad de contártelo y lo escribí, ya ves, siempre lo hago. Te escribí desde esa noche de final de mes, y todavía hoy te sigo escribiendo. Como si fuera la primera vez, con la inseguridad de que te guste. O con la seguridad de quien se sabe ganadora desde hace más de dos años.
Tenía ganas de decirte que todas las señales, todas las heridas, todas las sonrisas y toda mi vida, en definitiva, está legitimada porque tú apareciste en ella de repente. Y todavía sigues lamiéndome las heridas, los rasguños, retirando la melancolía permanente de los ojos. "A Buenos Aires no se puede llevar tanto equipaje", me dijiste. Y yo siempre te creí. Todavía lo sigo haciendo.
[Eisenheim.]

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