Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

sábado, 2 de marzo de 2013

I want you so bad (much).

Y qué quieres que haga con este desastre en mayúsculas y en negrita. Yo no era recomendable, bien te lo dije aquella tarde de fin de otoño. Había cometido demasiados pecados, y quizás todavía no he llegado a perdonarme por completo, y el lastre a veces me parte los brazos, y mi cabeza nunca deja de girar. Perdóname por ser tan sumamente compleja, por no saber dónde empieza y dónde acaba la realidad, por no saber manejar(me) algunas noches de invierno. Por odiar la primavera, y también odiar el calor sudoroso de verano. "No soy recomendable", te dije, pero tú dijiste que valía la pena. No sé si todavía lo seguirás pensando, o si habrás descubierto ya que la mayoría de mis tribulaciones proceden en ocasiones de la enfermedad de melancolía constante que me diagnosticaron nada más salir del vientre de mi madre, cuando añoré el líquido amniótico que me mantenía unida a ella. Quizás tan unida, que todavía hoy me duele la piel que el médico tocó para lanzarme fuera de mi refugio, y me ametralló con heridas mezcladas con sonrisas que algunos autores se han empeñado en llamar "vida". Todavía hoy sigo pensando que la marca que tengo en el pecho, al lado del corazón, es sangre amoratada de la batalla que finalmente perdí, bandera blanca, pacto latente.
 Perdóname, porque lloro por Aberti, por África, por aquel anciano sentado frente a la ventana, porque Lost in Translation quizá me dejó más marcada de lo que debería. O quizás porque a mí no debería dolerme tanto que matasen a Lorca. O que Verlaine se colgara. Y mucho menos que pueda llorar con una única línea de una canción. Un poema. Una película. Unos acordes de violín. Las teclas de un piano. Que recuerde a Penélope como lo que quizás nunca fue, y que camine siempre por el bordillo de la acera, jugando a no caerme. Perdóname por amarte como te amo, no como opción, sino por elección, que no es lo mismo. Opción es elegir, pero elegir no siempre es opcional. Yo no tuve opción, y te elegí de entre todos los seres de este mundo. Todavía hoy lo sigo haciendo, aunque tú dudes en horas bajas, y te plantees si podrás curarme por completo (ya lo estás haciendo). Quizás yo tampoco debería dudar de que me amas, pero ya ves, no necesito explicarte mis errores y mis infortunios, sabes perfectamente quién cojea aquí. Y yo quizás cometa más errores de los que la vida me permite.
Perdóname por tener miedo, porque llegaste tú, aquella noche, y se me encendieron las pupilas al oír tu respiración asistida sobre mi frente desgastada y marchita (como diría Sabina), y ya no supe qué hacer, susurré "principio de incertidumbre", y no logré dormir. Y ya ves, volaron todos los papeles, ya no sé ni cómo escribirte para hacerte justicia, la tinta se volvió en mi contra. Volví a susurrar "principio de incertidumbre", y la certeza apareció abrazándome de repente en la cama. Y medio dormida, terminé por mover los labios sin pronunciar ningún sonido, temblorosa, sin saber qué hacer con algo tan grande. Todavía hoy la certeza me sigue visitando cada noche, mientras te acuestas en la cama, y susurras algo sin sentido que yo interpreto como algo parecido a "la certeza continúa". Y siempre escucho el latido que lo confirma.
[Eisenheim.]

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