Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Veintiún pecados-o quizá virtudes-.


Y ahora, con el dos y el uno, me asaltan las dudas. De si hice lo que debía hacer. De si he obrado bien. Como si del final de mi vida se tratase, parece mentira. Como una revisión de pecados. Y los recuerdos se agolpan y revolotean alrededor de la cabeza. Quizás nunca fui demasiado objetiva con todo lo que me rodeaba. Ojalá hubiera callado más de una vez, y ojalá no hubiera conocido algunos pésimos sentimientos. Rechacé en varias ocasiones el olor a cannabis por una compañía mejor, la de los libros, que me permitían volar, pero sin necesidad de efectos secundarios. Tuve buena suerte en lo que a ojos se refiere, y nunca consiguieron embadurnarme por completo los ojos marrones que visto desde aquél febrero del 92 en el que conseguí, por fin, abrirme paso al mundo, y dejar de presionar el riñón izquierdo de mi madre con el pie derecho.
El pie que más tarde estuvo escayolado. El pie que necesito muchas veces para adelantar la mano izquierda, y para echar a correr.
Porque me hizo falta el pie derecho, para darme cuenta de que no siempre era todo felicidad, y de que desgraciada o afortunadamente para mi nací en la época en la que me ha tocado vivir. Que algunos caballeros andantes se convertían en ratas cuando subía la marea, y que las enfermedades no siempre acompañan a las arrugas. A veces, la muerte viene antes de tiempo. Y sin aviso. Hice como que no miraba, pero miré, y lo que vi no siempre me agradó-quizás todavía no me siga agradando todo lo que me(veo), pero qué le vamos a hacer. No siempre me devuelve el espejo una sonrisa sana, y quizás debería quererme un poco más, en lugar de destruirme por dentro cuando no encuentro otra salida. Que tirarse a las vías del tren no siempre fue una buena opción, porque quizás las vías del tren están envenenadas de óxido que me entra por las venas. Que quizás debería olvidar un poco más, y pensar un poco menos. Olvidarme del tiempo, de la veintena de años que llevo sobre los hombros. Y dejar paso al dos y al uno, por fin. Que me renueven la sangre de las venas. Que se renueve el calendario. Y que siga corriendo.
[Eisenheim.]

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