Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Bonfire hearts.

Te hablo de aquel hombre. De la pobreza en su casa. De sus ganas de mantener a la familia. De su falta de cobardía, y su determinación. Nunca habría imaginado esto. Ese hombre que hace cuánto-¿cien años?-cogió las maletas y embarcó en un maldito barco a ninguna parte, apestado de ratas y sueños imposibles. Te estoy hablando de él, del océano, de la brisa marina que le sajaba las manos y los cuarteados hombros. De una persona que nunca jamás salió de su valle, para marcharse a un mundo lejano, desconocido. De un mes de ola en ola, y de la llegada más espeluznante a tierra. A una tierra que no era la suya, que hablaba su mismo idioma, pero no su propio miedo. Filmado, grabado paso a paso en blanco y negro mientras baja del barco, y se dirige con el petate a cualquier sitio. En la Plaza de Mayo-o Plaza de la Victoria- intentando adivinar adónde dirigirse, adónde dirigir su atrincherado cuerpo. Sin teléfono para llamar a casa. Sin ningún mapa que le guiase. La gente llamándole "che" sin saber cómo ni por qué, con su castellano cerrado. Abierto de mente. Bromeando con los tenderos. Ganando algunos reales. Comiendo en la calle, haciendo amigos. Y algunos enemigos. Te estoy hablando de ese hombre que murió hace demasiado tiempo, y del que no sé ni su nombre. De una cara y un cuerpo desconocidos, unas manos probablemente rudas, que no pensaban en lápiz y papel, sino en sobrevivir y volver. Que ya era suficiente. Sin ninguna otra necesidad, sin ningún otro miedo. Hacia adelante, rumbo al mar. 
Ese hombre que volvió con un ramo de rosas para su mujer, y con alguna que otra contractura. El que llegó una noche con el petate, y llamó a la puerta. De vuelta. Y en la casa se tarareó ritmo de tangos durante un mes, mientras daba vida al padre del padre del padre. Como el Espíritu Santo. Enseñando pasos de baile a su mujer. "¿Sabes que allí dicen querés?", y ella escucha, sentada en el catre, imaginando.
Vagando por las calles del continente. Probando el tequila, aprendiendo palabras nuevas. Volviendo henchido de orgullo, con una pulmonía que superaría, para que una parte de mí estuviese aquí. Gracias. Por volver. Porque probablemente algo se te metió por las venas en algún momento de tu viaje, y ese algo me conecta directamente a ti, nos conecta. Aunque no sepamos quiénes somos. Aunque no sepas quién, ni por qué te filmo mientras bajas-bajamos- del barco. Aunque no sepas quién es la chica que te espera cuando bajas, la joven que tiene las venas de tu mismo color, de tu mismo sabor. Aunque no sepas quién soy, y yo no te haya intuido siquiera. Porque algo de ti lo siento ahora mismo palpitando bajo mi piel.
 Eterno.
[Eisenheim.]

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