Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

miércoles, 16 de julio de 2014

Galdós sí sabía reconducir la sangre de sus venas.

Y la vida, bueno, se reduce a esto. A ralentizar la aparición de la fatiga, del alzheimer, de los peligrosos vicios. A repasar las vías que nos trajeron aquí una y otra vez, a saber que nunca se debe adelantar por la derecha salvo si el de delante ya ha señalizado su giro a la izquierda, su trayectoria a seguir. A continuar de frente, siempre a cincuenta por travesías, y a mirar a ambos lados, incluso atrás, solo en un grado no superior a cuarenta y cinco, sin perder la perspectiva frontal. A conducir sin emitir ruidos ni por supuesto gases contaminantes, se necesita un mínimo de civismo. A reunir kilómetros como se barre la calzada, siempre sin deslumbrar, no vaya a ser que nos ciegue una vez más la luz de lo que fue, o de lo que será, y nos borre del mapa. A comportarse como vehículos pero nunca olvidarse de que también se es peatón, o algo así como no olvidarse de lo que somos, pero tampoco de lo que una vez fuimos. Incluso recordar que también podemos conducir una motocicleta con sidecar, aunque nunca lo vayamos a hacer, y eso equivale a algo así como a recordar lo que nunca nos conviene ser, para precisamente meter primera, y acelerar recordando, vaya usted a saber porqué, las venas de las manos de Galdós.
Que con motores de gasolina se debe iniciar la marcha nada más arrancar el motor, y con los de gasoil no es conveniente. Que alguna vez cuesta arrancar, pero siempre se puede parar, mirar a través del retrovisor, y observar el semblante serio del examinador. Y alguna vez-rara vez-, el examinador, como la vida, esboza una tímida sonrisa. De aprobación.
[Eisenheim.]

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