Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

domingo, 23 de noviembre de 2014

4.

Y las veces que tuve que naufragar. Decir eso de "no puedo ser tu héroe, tendrás que repetir la canción, alguien encontrará la fragancia precisa, la necesidad latente".
Pero los coches siguen teniendo cinco marchas, las canciones siguen cambiando de melodía, y yo sigo bailando contigo en el salón, mientras los libros erizan sus lomos de tronco de árbol. Celosos. La misma canción con idéntica suela de zapatos. 
Seguimos regalándonos libros cada noviembre, y sigues escribiendo versos como quizás nunca los he visto. Sigues echando el cerrojo a la puerta todas las noches, y yo sigo volviendo al lugar del crimen, a tirarme siempre la sal por encima, porque la mala suerte nunca me ha podido romper.
Todos los noviembres nieva en la habitación, se nos acelera la presión cardíaca y nos cuesta no comprar botellas de champán para celebrar que seguimos vivos, y, cómo no, compartiendo poemas juntos.
Porque nunca nadie me enseñó lo que podía llegar a ser una sala desierta con Chaplin de fondo, y nunca nadie me pintó tantos paisajes en mi pupila. Puede ser que de ahí vengan estos destellos. Quién sabe.
Y suspiramos, una vez más, con más arrugas y con menos cicatrices que nunca, ya no salimos bien en las fotografías, qué se le va a hacer. Los años cincuenta siempre vuelven para quedarse, y el mundo sigue cambiando dilatando nuestras pupilas. 
Y el tiempo, por fin.
El tiempo.
El tiempo.
Tiempo, el bello 
e inexcusable
tiempo.
[Eisenheim,]

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