Y luego la habitación dio un giro de noventa grados. Tan seco, tan jodidamente real. Ahí estaba el momento que habías ansiado durante tanto tiempo.
Y allí estabas tú, como un conejo frente a la nada, a la insoportable nada depredadora. Y allí estábamos todos, vestigios de que todo era real, y de que nada era imaginado. Menuda pesadilla. Y las palabras clavadas en tu nuca. Y las muestras de afecto desinteresado. Y los pensamientos que se agolpan de repente. Y los sollozos incontrolados. Y la furia. Y dios que no está. Y satán que tampoco aparece. Y vuelta a empezar.
Y de repente, cuando más te aprieta, más dejas de saber cuánto puedes aguantar.
[Eisenheim.]
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