Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

jueves, 10 de mayo de 2012

We can't cry.


Qué quieres que vomite ya. Si este antecedente al clímax se adhiere a mis costillas como un perro sarnoso, incapaz de despegar del todo la carne del hueso. Que me he cruzado con una niña sudamericana en la calle, y no me ha dejado paso suficiente para deslizar mis entrañas en el hueco entre ella y el coche aparcado en la acera. Y me he dado cuenta de que el coche no siente nada. Y me ha dado envidia. Y la niña se ha apartado, pero no lo suficiente. Nunca es suficiente para las desgracias andantes. Y sin querer mi costado ha entrado en contacto con su pequeño brazo, y la he empujado. Sí, la he empujado. Me he girado, y ella me ha mirado con esa mirada de odio infantil que nos hace delirar cuando estamos sanos. Pero yo he enseñado los dientes, como el perro que tengo aferrado a mis costillas, y no he pedido perdón. Y ella le ha dicho a su madre que yo le había empujado. Pero la madre estaba demasiado ocupada mirando escaparates. Little girl, debes aceptarlo.
Y yo he seguido.
 He seguido adelante. Y no me ha dado pena.
 Ninguna.
 Qué le vamos a hacer, si una parte de mi ha dicho "que se joda, nosotros también estamos jodidos". Y he buscado la llave para entrar en el portal.
Y me temblaban las manos.
Y se me han caído al suelo.
 Las he recogido. Y al agacharme, he notado una opresión en el pecho. Es el perro, avanza lenta, inexorablemente.
 No tengo costillas.
Tengo cangrena.
Tengo heridas de fuego.
Cicatrices.
Y el perro sigue sin llegar al hueso. Quizás tarde en hacerlo. Demasiado. O tal vez no.
[Eisenheim.]

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