Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Desnudos por siempre jamás.

Y el mundo me parece un lugar efímero. Tantas fotografías de viajes que sólo quedarán para adornar algún piso alquilado, mancillado con el gas de cualquier bombona de butano. Que ahora los límites los marcamos nosotros, las fronteras, las "zonas de nadie", las inclemencias del tiempo. Ahora todo está perfectamente delimitado en función de nuestras exigencias. Incluso el hambre tiene factura, y fecha de caducidad. Y no sabes el escalofrío que siento cuando te busco, y me tropiezo con miles de etiquetas llenas de podredumbre, no sabes la angustia que se siente cuando tomas consciencia de que todo está inventado, y de que hay poco que innovar o improvisar. No sabes la preocupación del pavimento, que ya ha visto demasiado, y ya no sabe qué hacer con las arrugas artificiales de sus baldosines perfectamente alineados. Lo que sufre, las ganas que tiene de escapar, de huir, de pensar por sí mismo, y dejar de lado los términos (siempre abstractos, es el cáncer de nuestra era), que lo ahogan, que no dejan pasar el agua por entre sus guías. Y esto no es más que otra etiqueta sobre otra, una perfecta continuación de nombres sin significado, que se aprietan unos contra otros, y se nos caen encima cuando salimos del vientre de nuestras madres. No saben las madres que les están condenando. A ser esclavos de una u otra etiqueta, de saber o no saber. Esclavos de cualquier maniobra de escapismo. Con tintes políticos. O quizás con más. Con tintes fríos. Grises. Opacos. Repetidos, sin duda alguna.
Esclavos con cadenas mundiales. Europeas. Israelíes. O quizás palestinas. Quién sabe dónde trazaremos las líneas la próxima vez.
[Eisenheim.]

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