Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Y acaríciame con tus versos tristes.

Y luego, siempre vuelve. Vuelve cada noche, inconsciente, bendito enfermo mental que no deja de vomitar palabras. Y me voy, y la habitación se llena de folios en blanco. A veces con alguna frase. No siempre con un texto completo. Y se mancha las manos de inanición e incoherencia. Y sonríe, a veces, porque nunca es capaz de recomponerse por completo. Camina por la casa, arrastrando los pies. Y cada noche vuelve. Cambia los nombres de las calles, las etiquetas de los recuerdos. Y ya no sabe cuáles fueron buenos, y cuáles malos. Se sienta frente al televisor, sintiendo el crujido de sus huesos. Y suspira, porque ya se irá. Se irá pronto, si yo no llego, asumiendo por fin la sabiduría y la experiencia de las corrientes. Y comienza a entender que no siempre se puede ganar todas las batallas. Que quizás la guerra la ganen los enemigos, y que no habrá nada que hacer más que agachar la cabeza, y dejar que dios-ese dios al que lleva media vida rezando-se orine sobre su sombrero negro de herencia marxista.
Y cada noche vuelve, dejando miles de folios plegados con las arrugas de su cara. Siempre se le olvida quitarse las arrugas del alma. Y vuelve a la cama. Coge un recipiente transparente, y me quita la sangre de las venas. Me quita pero me da fuerzas suficientes para arroparme con las sábanas. Nunca se mancha de sangre. Siempre sonrío mientras lo hace, quizás porque en cierto modo necesito que me quite la sangre emponzoñada de las venas. Y respiro, por fin, un poco más tranquila. Otra noche más, podré dormir a su lado.
Y despierta a la mañana siguiente. Llena un folio entero sangrando su pluma. Y nunca se acabará para ti la tinta. Joven poeta.
[Eisenheim.]

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