Y yo ya no sé qué hacer con esas bellas voces que esperan amparadas bajo el sol de invierno. Qué hacer con las balas perdidas, con la incomparable incompetencia de este sol que no para quieto, y que se empeña en dejarnos encendidas las luces de las farolas, para que no nos muramos de miedo. Y qué hacer cuando algunas cosas,-eso del decoro, de la honestidad-están mucho más perdidas y enterradas que nuestros antepasados, y cuando no hay paleontólogos que puedan rescatar restos del desastre. Qué hacer cuando nuestro Titanic se ha hundido a partes iguales, respirando hielo y abrumadora nada. Qué hacer cuando enero expira, y a veces no es más que un punto y aparte en la pluma de un estudiante que nunca supo qué eran aquéllos valores de los que tanto se hablaba. Qué hacer cuando el mes más importante de nuestra existencia-quizás por el tiempo, y no por lo que sucedió-se da la vuelta, y comienza a alejarse. Qué será lo próximo, dijo alguien parecido a un profeta. Y el profeta vuelve a suspirar, mientras no es capaz de introducir nuevas frases en su discurso estereotipado. Qué horror saber que no nos quedan ni profetas. Maldito profeta, que ha perdido su trabajo y hace cola y se mira a sí mismo en las listas del paro. Camina por el parque, y vuelve a casa, siempre de noche. Mudo, incapaz de vomitar sus venas de palabras catastróficas. Porque incluso él mismo ha dejado de creer en el fin del mundo, y en la pérdida de valores. Él sabe que ya todo es agua pasada-calles mojadas, dirían algunos, calles de Filadelfia-, que todos sabemos que hemos perdido demasiado. Everything, si lo prefieren así. Tout.
Pero la diferencia es que aquí nadie se asusta. Nadie corre. Y tampoco siente nada parecido a culpabilidad y enmienda. Aquellas cosas por las que aquéllos escribieron. Lucharon. Y por las que algunos profetas todavía-aunque parezca increíble- siguen callando.
[Eisenheim-]
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