Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

domingo, 17 de marzo de 2013

Sigue sonriendo, aunque alguna vez no brille.


La lluvia cae a intervalos, rachas fuertes de viento. Desaparecerás, siempre igual, de la misma manera, sin tiempo de adioses a través de ventanillas de trenes. Desaparecerás y reirás con fuerza ante mi espasmódico latir de vísceras. Te marcharás allá, lejos, siempre lejos. Y yo aquí, cortando la piel de una fruta roja con un cuchillo. Y sintiendo que es la mía, intentando no cortarme. Sin conseguirlo. Y la casa se llena de ruidos, de voces y de risas. Alzo la cabeza, alguien llega. Paso a paso, tac, tac, arrastrando los pies. Qué manía de hacerlo, siempre tropiezas cuando menos lo esperas. "Agua", dices, cuando entras en mi campo de visión. Sonrío, terquedad hereditaria, obedezco. Miras el vaso, bebes hasta la última gota. Sin duda la pastilla se ha ahogado-en un vaso de agua, qué contrariedad-y no ha podido despedirse. Sin hacer ruido, apenas sin queja. Señalas mis manos, la fruta roja que por fin he podido llevarme a la boca. Sonríes, sin decir nada. Y yo digo un "qué" sintomático, retórico. Como si quisiera decir "qué haré", cuando tú ya no sonrías sin hablar, y estés serio eternamente, y los ecos de las palabras que no has dicho retumben en las paredes.
Qué haré.
Y vuelves pasillo adelante, sales de mi campo de visión (quizá deba acostumbrarme). Tac, tac, tac, tac. Tiempo que pasa, camino andado. Pasillo adelante, donde yo no pueda oír tu sonrisa. Donde no me lleguen los cascabeles de las comisuras alzadas de tus labios, y quede mucho más huérfana, un poco más melancólica. Menos roja, corazón.
[Eisenheim.]
A un abuelo que-todavía-sonríe.
 

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