Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

domingo, 7 de julio de 2013

Brisa de verano.


De la antología de Cernuda encima de la mesa.

De la boina calada al estilo del Che de mi abuelo,

o de tu sonrisa frente al Obradoiro.

De Santiago de madrugada, risas que se estancan
 
 en Platerías,
 
reverberadas en aquel túnel encharcado de gaitas.

De vuelos nunca a medias,

de la sonrisa que nos sale cuando nos toca el agua,

-pero no nos roza-.

De la carretera en línea recta, las ansias del cuentakilómetros,

siempre prudente,

siempre esperando.

Tumbarnos en la cama en ropa interior,

ventana abierta,

cine de verano.

Leer por placer,
 
 y leer las páginas cronológicamente,

-o leerte el final del cuento-.
 
Noches de alcohol entre amigos,
 
viejas batallas,
 
alguna que otra derrota. 
 
Recordarnos invencibles,
 
con granos y a lo loco,
 
minifaldas y desesperación,
 
intentando crecer, pidiendo que nos regaran desde fuera,
 
cuando ahora solo queremos estancarnos en la veintena.

La voz de Sabina inundando el coche,

la seda de un vestido de novia.
 
Mi abuela, leyendo novela romántica de la época victoriana,
 
soñando siempre con algún mar, con algún cielo,
 
o con alguna brújula que le permita encontrar de nuevo el norte.
 
Mi abuelo, que todavía cree que la lotería es posible,
 
y no entiende que la suerte no existe,
 
o que ya ha tenido demasiada. Quién sabe.

Mi abuela, que dice que todavía no entiende la poesía.

Que qué es eso de poesía, que poesía solo es Lorca.
 
Y yo titubeo: "Años pasados. Arrugas de haber sido vivida.
 
Tú mírate al espejo,
 
y sabrás sin ninguna duda lo que es poesía"
 
[Eisenheim.]

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