Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Que abunden las mañanas estivales en que llegues con placer a puertos nunca vistos.

Y la bahía me saluda con cara de envidia.
Otro verano, otro acojonante verano,
tan bueno que casi parece no merecido,
tan soleado como mis ganas de vivir.
Un verano que ya se ha convertido en fotografías,
en risas,
en viajes,
en trenes,
en noches.
One summer more, dijo alguien,
y es verdad, porque a mí en las estaciones de tren
siempre me espera el mismo hombre,
el mismo poeta, con la misma tinta.
Y me escribe poemas no en la nuca,
pero sí con permanente.
Menuda suerte la mía.
Otro verano que se va,
two thousand y poco más,
qué más dará,
si a mí me enseñaron a contar a partir de la primera carcajada.
Y el ritmo de tango sube hasta mi habitación,
trepa por la ventana,
me invita a recibir al frío con una sonrisa en la cara,
con un "nos vamos al norte",
y con un "y luego al sur de nuevo".
Y alguna capital europea me mira con picardía,
y me hace cosquillas con sus galanterías.
Con amigos que valen su peso en oro,
que siempre están donde deben,
y con alguna que otra conversación de "no a la guerra",
mirando a Siria con ojos cargados, pero nunca de balas.
Verano, sangría, buena charla, el frío de septiembre que se cuela.
Mi madre, que sonríe.
Mi padre, que sigue tarareando el ritmo de aquella vieja canción.
Mi hermana, tan joven y tan vieja.
Abuelos que siguen siendo norte.
Porque todo lo que tenemos es esto,
Ítaca,
"armonía en sus costas",
algo así como tenerlo todo,
y saber que no te falta de nada.
[Eisenheim.]

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