Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Los hijos de la navidad.

Unas copas a medio tomar.  Ya no somos aquéllos que estábamos entonces, cuando una noche de alcohol valía más que unas palabras en la calle, unos cánticos. Un abrazo. 
Cuando dejamos de creer en la navidad, en todo eso del corte inglés, en la necesidad de salir sí o sí en nochevieja. Cuando nos encontramos, de repente, así como así, llorando como los abuelos frente al televisor, un año más. Creyéndonos más mundamos, pero por qué no, mucho más reales.
Cuando las uvas empiezan a arrugarse, y nos observamos las manos. Ya no nos queda tan bien el pintalabios rojo. Los tacones eran lo nuestro, pero ahora parecen un arma de destrucción masiva. 
Un año más, hemos dejado de creer en las buenas personas así porque sí, en la libertad de cátedra, e incluso nos hemos preguntado si somos nosotros los locos, show de Truman, fíjate por dónde.
Y ahora no solo las luces de navidad son las únicas que nos aseguran que seguimos vivos, ahora también la voz de mamá por el teléfono, la sonrisa de tus labios.  Los que esperan en casa.
Y cargamos maletas, rumbo a Ítaca, una vez más. Acompañados, again.
Mamá nos saluda desde la estación, y saludan todas las penélopes del mundo. Papá sonríe, porque es capaz de sobornarme con una palmada en el hombro. 
Un año más, dejamos de creer en los reyes magos, en los regalos a medias, en el maquillaje de invierno, en el frío que no se mete por los huesos. En las faltas de sueño, en las despedidas, porque me enseñaron que quien se quiere quedar, se queda. A veces se encargan de asegurarnos que dejamos de creer en todo. Que somos los hijos de la nada, de la nada más irrisoria y chantajista. 
Pero no sé por qué extraña razón seguimos dejando tres vasos de leche en el salón. Los hijos de la nada, decían.
O los hijos del todo.
[Eisenheim.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario