Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Wings.

El piano sigue sonando. Quién tuviera un velero en el Tajo.
Y vuelvo a mí, al traqueteo del tren, 
"perdona, el billete",susurra el revisor,
y a mí se me hace corto el trayecto. 
No veo otra cosa que no sea agua en las pupilas.
Y todos los viajes se me hacen diferentes, 
siempre me imagino en otro tren, camino de otra parte, 
porque nunca reconozco el paisaje,
hasta que el tajo me cercena la piel, entre túneles a escondidas, entre los fluorescentes del vagón.
Observándome en el espejo como se observa a una desconocida,
 con las cejas fruncidas 
(¿o era el entrecejo?).
Y las venas se me calientan cada vez más, irradiando vapor por los poros de mi piel. 
Y el anciano sigue apretándome con fuerza después de veinte días sin verme. Maldita sea, siempre el norte para los reencuentros. Como condenada a llevar bajo mis cervicales algo más que músculo,
 que hueso
 y que melancolía.
 Algo así como una muerte sin adiós, 
o una despedida sin palabras.
Cómo ganarme la vida si no puedo caminar mucho más cargada de lo que estoy,
si cada paso de este decrépito cuerpo me quita la vida,
porque no sé caminar sin tener en cuenta a los ancianos,
 a los niños tristes que abandoné en algún andén de estación, 
y que me gritan que vuelva. 
Un poco a lo mary poppins, 
pero sin final feliz.
 Y sin conocerlos.
 Millones de niños me piden que gire la cabeza, que les dedique un poco de tiempo. Clavándoseme en los tímpanos. 
Y los ancianos me piden que les ayude a pasar la calle, sin aliento, tendiéndome sus venas temblorosas.
Y siempre a su paso por mi tierra, este maldito río me sonríe, abriéndome en canal
(suspiro hondo)
y
descomponiéndome por dentro, 
insuflándome aire en los pulmones.
Mi abuelo sigue sonriendo, observando la nieve.
 Y en él sonríen todos los niños del mundo.
Quién pudiera tener un velero en el Tajo.
[Eisenheim.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario