Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

domingo, 5 de enero de 2014

All the little lights.

Esas pequeñas luces que nos ciegan a veces. Pero sin las cuales no podríamos seguir viviendo.
Otro enero más, y la lluvia no deja de caer. Maldito enero, y bendito viento del norte.
Cada vez estás más lejos, ahora solo eres un recuerdo. Un recuerdo que no deja de atormentarme, que dará mil vueltas alrededor de los días de este maldito mes en que dejaste de latir. 
Me sonreíste, dónde habrá quedado esa sonrisa, y te sonreí como supe que no volvería a sonreír a nadie. Porque tú lo merecías, y me ganaste con tus silencios, con tus canciones entre dientes. Incluso con tu mal humor, ya ves, no diferíamos tanto.

 Estabas asustado.
 Pero tenías el rostro de Gary Cooper en el 43.
Y ahora que lo pienso, me veo frente al televisor viendo westerns. Yo no sabía que me gustaban, hasta que esta mañana lo he sabido. Tú, frente al televisor, viendo a Wayne hacerse el duro. Y tú imitabas cada gesto, aunque la manera de andar quedaba lejos, tú arrastrándote, con el rifle-perdón, el bastón-en la mano derecha. Y construías cosas que no tenían mucho sentido, pero todas tenían un resto de melancolía, de belleza irreparable. Como tus manos. 
Y ahora miro a la cara de ella, la mujer del norte, la mujer de la época victoriana que no deja de leer. Maldita sea, hoy tenía un libro diferente. Con amores imposibles, ¿sabes? Con separaciones drásticas, con misterios sin resolver. Con besos por dar. Y la he mirado a los ojos, y ella me ha dicho algo así como maldito enero. Y yo he asentido. Pero no se me han empañado los ojos. El tiempo te quita incluso la capacidad para derramar lágrimas. Pero sigo sangrando, por no poder despedirme. Porque el roscón de reyes siempre me sabe amargo, y nadie me regala la figurita de la buena suerte. 
Suerte.
Suerte la mía de haberte conocido, de haberte robado un beso en la mejilla en la encimera de la cocina.
Dónde estarás ahora...
Yo sigo tocando al timbre de la misma manera. 
Cuatro veces.
 A ver si abres.
Y a veces, miro arriba. Ojalá estuvieras en el balcón, apoyado peligrosamente en la baranda. Regando las plantas.
 Tranquilo, está lloviendo, ya te encargas tú de ello.
Vuelvo a mirar a la mujer de los ojos color miel. Sonríe, diciéndome algo así como
 "enero siempre nos arranca un poquito de aire de las entrañas".
Y yo también sonrío.
 Deja de bromear-le digo con los ojos-, sé que a ti te arrancaron algo más que aire. Tú te fuiste con él aquel día. 
Y mi tinta todavía se resiste a dejar de escribiros a vosotros.
Juntos. Eternos. 
Como un buen western.
[Eisenheim.]

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