Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

miércoles, 29 de enero de 2014

Sucede.

Algo así como que alguien llora cuando nosotros reímos. Lluvia, sol, y algo más de pereza que de ignorancia. No queremos saber. Y tampoco nos quita el sueño nada que no sea liviano y mordaz.
Y las imágenes se suceden, pero nada nos toca, nada puede quitarnos la comodidad de la calefacción central, y el sabor dulce de una buena fruta. El niño se apoya en la pared, y dice algo así como que quiere salir de ese infierno. Y nuestros oídos no son capaces de captar el verdadero llanto de medianoche, silencioso, de Siria. Las pistolas son silenciadas por pactos de estado, y nadie quiere mezclarse con la muchedumbre que alza la mano y pide, implora un poco de compasión. Una sonrisa para seguir adelante. Estados Unidos, Rusia, China, peleando por llevarse la tierra al más alto postor. Países sin nombre ni bandera, porque todos somos ellos. Todos queremos pasar a la acción, convertirnos en héroes y salir en fotografías que darán la vuelta al mundo. Salvar a un gatito en nuestro barrio, y que nos graben las noticias. Y que los vecinos entrevistados siempre digan que tenemos buen corazón.
Sin embargo, aquí seguimos, descojonados ante la ocurrencia de que podríamos ser nosotros, y podrían ser nuestras calles esos muros derruidos de más allá. Y podrían ser nuestros cadáveres esos que pueblan las calles, e incluso esas manchas de sangre en el asfalto. Esas venas que se esparcen por el suelo, pidiendo permiso por cada milímetro de terreno profanado.
"Podríamos ser cualquiera", decimos. 
Pero bajamos el volumen del televisor. Y nos obligamos a no mirar a los ojos de nuestros hijos, que preguntan por esos niños huérfanos. Esos niños que podrían ser nuestros hijos, que no hablan nuestro idioma pero sí el de ellos, el de ese niño de tres años que vaga por la ciudad, buscando en vano a sus padres. Perdido, como en un centro comercial el verano pasado, ¿te acuerdas? Y reímos.
Pero mentimos, les hablamos de hombres malos que invaden países. De conspiraciones y de religiones. De guerras sin cuartel ni motivo. Algo así como un cuento, pero sin final feliz. Ni siquiera con final alternativo.
Pero nunca jamás nos atrevemos a subir el volumen del televisor. Actuamos de ventrílocuos, repitiendo una tras una cada consigna suministrada en pequeñas dosis de estado y excepción. Mientras las almas de millares de personas imploran justicia, "abajo las armas", repiten.  "Salvad a nuestros/vuestros hijos."
[Eisenheim.]

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