Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

lunes, 31 de marzo de 2014

Pero cierro los ojos y el mar sigue moviéndose.

Una carretera en línea recta. El violín, la descomposición en los intestinos.
Yo he asistido a todas sus vertientes.
Me volví humana, y comprendí que todo giraba demasiado rápido.
Y eché el freno.
 Extendí las venas en el suelo, y bailé un tango
 sobre ellas.
Calientes.
Lloré porque a Lorca lo asesinaron, y todavía me duele aquel Cernuda de quimeras,
aquel niño pedante que fue Biedma,
y todo aquello que Marsé nunca llegó a ser por hijo adoptivo de esa ciudad natal a la que algunos
pertenecen, a la que yo misma pertenezco,
que algunos llaman burguesía.
Me volví pequeña, y coqueteé con las falsas drogas,
esa droga dura a la que entonces llamaban adolescencia,
y yo me empeño en llamar "pequeña locura",
caos convicto.
Y Jovellanos me devolvió allí, siempre allí, su mirada de erudito postergado,
y me sana por las noches y me cose la piel,
poro a poro,
lágrima a lágrima.

Mis noches, las suyas. Nuestro insomnio.
Extendiendo las venas por estas cuatro paredes,
sacándolas de mi esternón,
manchándome de amoríos imposibles,
 mientras Gary Cooper me mira desde el 57,
muerto.
Y nunca se rompen.
Amontonándolas, proyectando la pequeña sombra de mis rizos morenos,
ojos verdes en noches en vela, ojeras en las manos.
Arrugas en las uñas.
Si algo me enseñó la vida es que hay más grises que negros y blancos, y que algún día
-solo algún día-
podré poner fin a este continuo pasar, a este tiempo de teclas y de iluminación sentimental.
Pero mientras tanto, adelante.
He vivido muchas vidas, he sido lo que nunca llegué a ser con los ojos de niña.
Y lo más sorprendente, lo irónico de todo esto,
es que quizás,
-y solo quizás-
he salido viva de todas las vidas que alguna vez escribí
precisamente porque no me atreví a (re)vivir.
[Eisenheim.]

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